EDITORIAL
Jesús Gabalán Coello, PhD
Dilema del prisionero versión 4.0 en Educación Superior
El dilema del prisionero es un problema del campo de la matemática aplicada a la teoría de juegos, que plantea una situación en la que dos personas pueden no cooperar, incluso si ello va en contra del interés de ambas. Fue desarrollado por Dresher y Flood en 1950 y Tucker lo formalizó y le dio el nombre con el que lo conocemos hoy en día.
La enunciación clásica del dilema es la siguiente:
La policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos y, tras haberlos separado, los visita a cada uno y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante un año por un cargo menor.
Hagamos una extrapolación a la situación actual en época de pandemia:
Dos personas, independientemente de portar o no el virus, deben permanecer en aislamiento. Si uno de ellos sale, porque cree que tiene defensas que le hacen sentirse protegido y el otro no, quien sale, maximizará su probabilidad de contagiarse y de propagar, de manera que cuando salga la otra persona, se contagiará y podría morir. Si se realiza al contrario, el primero permanecerá en casa mientras que el segundo saldrá por la situación de confianza infundada, de tal manera que el primero podría obtener el desenlace mortal. Si ambos salen, se incrementan las probabilidades de contagio, y por supuesto de muerte. Si ninguno sale, se garantiza que, padezcan o no el síntoma, estén contagiados o no, si el delta de tiempo es suficiente, la pandemia habrá desaparecido por efectos de la no propagación.
Por una vez más, y utilizando el razonamiento deductivo nos dirigiremos al ámbito de la Educación Superior:
Sean dos Instituciones de Educación Superior en un mismo sector de influencia y con similares problemáticas: descenso en las matrículas, costos de nómina en incremento exponencial, rigidez organizacional que les impide adaptarse rápidamente al cambio, etc. (el lector podrá asumir sin mucho margen de error que este es el caso de la mayoría). En este punto la cuestión se hace interesante, pues la institución A decidirá competir haciendo “prácticamente lo mismo que las otras”: incrementar su participación con los mismos planes de estudio y bajo las mismas estructuras curriculares de inicios del siglo pasado. De esta manera la institución A podrá, si utiliza un enfoque comercial agresivo y la institución B uno conservador, ganar la mayor participación en el mercado dejando a B en una situación económica difícil. Si la institución de postura agresiva fuera B, entonces A tendrá un futuro incierto. Ambas podrán tomar la decisión de ser agresivas en sus estrategias de captación, en cuyo caso tendrán que invertir más recursos en el despliegue de marketing, lo que las dejará financieramente golpeadas y con un diferencial de rentabilidad menor.
Finalmente, ambas tienen la posibilidad de hacer una alianza estratégica con respecto a los campos disciplinares que ofrecen para no llegar al mismo sector objetivo, con líneas de investigación distintas y complementarias. Esto garantizaría muy seguramente, menor generación de valor individual, pero mayor probabilidad para la sostenibilidad de ambas.
Está demostrado a través del dilema del prisionero, que la mayoría de las personas y organizaciones intentarán maximizar su beneficio individual, a costa de no privilegiar una solución colectiva, aun cuando ésta matemáticamente garantice mejores resultados en términos del valor esperado. Por lo tanto, una solución “inviable” se vuelve legítima y “confusamente viable” cuando se analiza desde una perspectiva fragmentada y parcializada.
Todos los sectores que conocemos hoy en día están sufriendo un frenazo, o en términos económicos “una desaceleración”, que implica trabajar de manera ágil y contundente en soluciones de raíz, sin tanta reflexión inofensiva y anquilosada. En el caso de la educación superior (ejemplo 3), se presentan algunas posturas para contrarrestar al dilema del prisionero:
1. Rápidamente, es necesario transitar de una mirada parcelada, fragmentada y asistémica de la Educación Superior, hacia su comprensión desde vertientes como la del pensamiento complejo de Morin. Dicha reflexión permitirá contribuir a soluciones que tengan en cuenta la mayor cantidad de variables. Sin lugar a dudas, esquemas funcionales serán privilegiados.
2. En el contexto de la Educación Superior, así como en otros niveles, se está cayendo en la tragedia del terreno común, arquetipo sistémico ampliamente documentado en textos como el de Peter Senge. Todas las instituciones creen que la solución es la educación virtual, ahora y en el futuro próximo. Esto hará que todas persigan el mismo objetivo, de la misma manera que “estandarizadamente” se ha hecho. Por lo tanto, cobra relevancia una vez más el concepto de innovación educativa mediada por TIC, líneas de pensamiento y ejecución rápida sobre la innovación, que convoque integralmente a las instituciones.
3. Educación virtual NO es hacer clases presenciales de manera remota por medio de un computador. Llamar educación virtual a hacer charlas por Zoom u otra herramienta en el horario que habitualmente es la clase, es tanto como pretender que una persona es bilingüe porque sabe presentarse y pedir pollo con papitas fritas en otro idioma. ESTO NO ES EDUCACIÓN VIRTUAL. Por esto es importante desarrollar cuanto antes diseños instruccionales, tecnologías al servicio del aprendizaje virtual, evaluación centrada en insumo, procesos y resultados en ambientes virtuales, entre otros.
4. La competencia no es con las instituciones de la misma ciudad, ni de la misma región, incluso, ni del mismo país. Ahora es global, y con políticas de eficiencia corporativa. La institución que carezca de eficiencia corporativa, deberá ceder el turno porque las inoperancias difícilmente van a ser subsidiadas por las instituciones o por la sociedad, que podrá elegir como en un combo de comida rápida, la formación que se requiera para un caso específico de la mano de las mejores universidades del mundo a través de cursos flexibles, rápidos y articulados con la demanda del sector productivo. Por lo tanto, es un llamado imperioso poder desarrollar esquemas de educación global y a través de alianzas con instituciones de talla mundial, establecer colaboraciones para cursos de corta duración, certificables y alineados con conocimientos, habilidades y competencias que puedan ponerse en contexto de manera oportuna.
5. A medida que pase el tiempo, las decisiones que “privilegian lo individual”, se centrarán en satisfacer las necesidades básicas. La formación universitaria se asocia con el crecimiento y desarrollo; así pues las decisiones de erogaciones dejarán en renglones no preferentes a las costosas matrículas universitarias. Por tanto, más temprano que tarde, se buscará que las instituciones desciendan los costos de matriculación, y las que no accedan quedarán por fuera del marco de elección de la sociedad. En este sentido, las instituciones tienen dos caminos: el de las promociones de mercado de antigüedades (pague uno, lleve dos; 20% menos, etc.) o el camino de la innovación casi soñadora pero pragmática, que convoque al desarrollo de las funciones sustantivas desde un enfoque trasnacional, bilingüe, con profesores de otras latitudes y laboratorios virtuales de la mano de universidades del extranjero, que optimicen la operación y que agreguen un significativo valor, entre otros despliegues.
A partir de lo anterior, vale la pena reflexionar desde Albert Camus, quien en 1947 señalaba: “lo peor de la peste, no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”.
Esperaremos con gran optimismo, que el colapso de la Educación Superior no nos lleve por la senda del espectáculo horroroso.